La revista «Rebeldías», que se mencionó líneas atrás, es de vital importancia en la historia de Huancavelica, de ella se ha recuperado valiosa información que ahora se da a conocer. Es allí donde, gracias a una crónica escrita por Ángel Prialé, encontramos detallado cómo se veía por aquel entonces el hermoso pueblito de Salcabamba, de aspecto urbano humilde, pero cuyas bellezas naturales lo convierten en un rincón poético inolvidable. Sus casitas son rústicas en su mayor parte; algunas cuantas, de aspecto mejor acabado por pertenecer a hacendados de la zona, otras con techumbre de paja, se hallan enfiladas en dos hileras, que hacen un remedo de calle. El pueblito presenta un declive notable que causa gran fatiga en el forastero y además, caracteriza, de forma peculiar, el andar de los vecinos.
Durante el día, la naturaleza comunica alegría y vida, pero las noches son lóbregas y silenciosas, causan terror por su espesa oscuridad y obligan al refugio. Salcabamba ha sido en otras épocas centro de grandes fiestas en la que los hacendados se reunían haciendo gala de riqueza y de generosidad. Allí se vieron arder monumentales castillos de fuegos artificiales, se fue testigo de notables corridas de toros y de las grandes jugadas de gallos; los aficionados a cabalgar, lucían arreos de plata en caballos de lo mejor; se daban grandes comilonas solo igualables por las bodas de Camacho. Salcabamba fue el lugar de notables hacendados como don Eusebio Morales, don Matías Arana y otros, que pasaron por este mundo viviendo una larga vida de satisfacciones.

Al hacer estos apuntes, dice Ángel Prialé, no se puede olvidar a uno de los más originales caballeros andantes de ese mundo, con flaco rocín, chiste en los labios y hambre en el estómago: el tío Juan Rivas, cuya historia cuenta que en una ocasión se reunieron los vecinos de Salcabamba y resolvieron sentenciar a la pena de la horca al buen tío Juan por el delito de traición a la patria. Una vez en prisión, nuestro Quijote de aquellos montes y serranías se sintió un héroe, un mártir y creyó en la inmortalidad de su nombre. Aproximándose la hora de su ejecución, fue llevado al cementerio en donde se levantaba amenazante la siniestra Horca. El tío Juan, lloroso, se despidió de sus fieles amigos y encomendó su alma a Dios; hizo testamento verbal dejando un caballo flaco, su único patrimonio, a su sobrino José Abad.
El momento era solemne, ni una sola voz interrumpía el silencio. La brisa mecía suavemente las hierbas silvestres que como homenaje de la naturaleza, adornaban las tumbas de los olvidados. El verdugo colocó la soga homicida en el cuello delgado y duro del tío Juan, parecía dispuesto a victimario, cuando los circunstantes prorrumpieron en estridentes risotadas y volvieron al pueblo vivando al héroe, el tío Juan. Se había tratado de una broma.
Extracto del Libro Historia d Huancavelica Tomo II, Autor: Federico Salas Guevara.