Me venía con el Gobernador desde la plaza de San Sebastián por la calle Real (hoy Toledo) hacia la Plaza de los Poderes (hoy Plaza de Armas) y me contaba que estaba escribiendo su libro «Política Indiana» mientras sentíamos un frío gélido, pisando el barro suelto por la reciente lluvia, cuyas aguas felizmente resbalaban a la acequia del centro de la calle. Nos cruzamos entonces con el médico Lope de Saavedra Barba que estaba, a la par de su profesión, preocupado y estudiando los hornos que se usaban en el beneficio del Cinabrio.
Me comentó entonces mi erudito acompañante que le gustaba estar en Huancavelica, el factor esencial de la vida económica de todo el virreinato peruano y mediato generador de todo su potencial. Gracias a su Azogue, me dijo, Potosí que ya era una mina en decadencia a los 25 años de explotación, pudo resurgir y asombrar al mundo con la cantidad de plata trabajada gracias al Azogue (Mercurio).
Estamos caminando por estas calles de hombres audaces sin esconder codicia, pero coronados por Iglesias, un cabildo y un hospital. Yo veía los zaguanes de las casas, sus portales y sus balcones, mientras me hablaba el gobernador, observaba la figura del «Muqui» demonio de las minas, como una ofrenda de los mineros en sus dinteles.
Gracias a Barba y otros más, siguió diciéndome, estamos asistiendo a uno de los más eficaces ensayos de industria dirigida; estamos presenciando arduas competencias promovidas por la pugna entre la intervención fiscal y el libre tráfico; y en fin, puedo desde acá compulsar en vivo la estrecha dependencia que existe entre la Metrópoli y sus posesiones ultramarinas. Huancavelica terminó de decirme, no es parte de una colonia, es una zona de producción que salpica intensa actividad mercantil a todo el resto de las posesiones españolas.
Edición: Federico Salas Guevara, interpretado de las publicaciones del historiador Guillermo Lohman Villena.