Los «condenados» del molino de Izcuchaca
(Cuento)
Recogida y recreada por Marino Ayuque Rodriguez
Derechos reservados.
Izcuchaca, es un pueblito a orillas del río Mantaro, desde antaño es paso obligado de viajeros y caminantes, que tienen que pasar el río Mantaro de una orilla a otra, llamada también «puerto del Mantaro.»
Un día de aquellos, Santiago, un arriero que venia de Huancavelica llegó a este pueblo con cuatro llamas, transportando nada menos que 4 talegas de plata hacia Huancayo por encargo de su patrón, dueño de unas minas en Huancavelica.
Como quiera que la noche lo había alcanzado en las inmediaciones de Izcuchaca, tocó la puerta de una vieja y gran casona y salió un joven que le pregunto: Que quiere?
– Señor me llamo Santiago, vengo de lejos y la noche y lluvia no me permiten seguir mi camino a Huancayo, podría darme alojamiento a mis llamas y a mi?
– Iré a decirle al patrón dijo el joven que dijo llamarse Félix y luego de unos minutos regresó acompañado del dueño de la casa.
Buenas noches, mi ayudante me dice que necesita alojamiento?
– Si señor, no tengo donde pasar la noche y hace mucho frío
Está bien dijo el longevo David – Pero tendrás que pagarme 5 céntimos- le contesta el avaricioso hombre, dueño del lugar que se llamaba «Molino”, donde se molía la piedra caliza para convertirla en cal, que en quechua se dice: «izcu», material que sirvió para pegar las piedras y construir el puente que hay a escasos metros de la Hacienda de don David. Por eso al lugar se llama Izcuchaca o sea puente de cal.
– Está bien señor David, asintió Santiago y le alcanzó los cinco céntimos al dueño de la finca.
Eso le sorprendió a David, ya que era inusual que un indiigena pudiera tener tanto dinero en esa época, por lo que ordenó a su ayudante Felix:
– llévalo al cobertizo al costado de los caballos- y a hurtadillas y en voz baja le dijo – averigua que lleva este indio en esas alforjas.
El ayudante llevó a Santiago y sus llamas al cobertizo y haciéndose al que ayudaba a bajar los bultos, se percató de la preciada carga y comunicó de eso a don David.
El codicioso David y el malvado ayudante entonces tramaron robar a Santiago una de las alforjas y a la mañana siguiente cuando el gallo anunciaba el amanecer, Felix se levantó muy de madrugada y fue al lugar donde estaba pernoctando Santiago y sus llamas.
– Vengo a ayudarlo a cargar las alforjas señor Santiago, ya que ayer sentí los bultos pesados.
– Gracias, le contestó el arriero mientras se puso a subir los bultos a las llamas.
– Felix aprovechó que Santiago estaba ocupado y en un descuido sacó una de las llamas y rápidamente le quitó la preciada carga y lo aventó a un pozo de agua, que servía para hacer girar el molino y tal como lo habían acordado con su patrón y luego llevó a la llama hasta la orilla del río Mantaro y empujó al animal hacía el caudaloso río.
– Cuando Santiago terminó de cargar sus demás alforjas buscó la llama que le faltaba y cuando preguntó a los dos lugareños, estos hicieron creer y afirmaron haber visto que la llama se había caído al río junto con su carga.
El pobre arriero, no podía creer lo que le había sucedido, luego de pensar mucho y haber buscado la llama en las orillas del Río Mantaro y preguntado a otras personas del lugar llegó la la conclusión de que había sido engañado y robado por el dueño de la casa y su ayudante. Desesperado por su desventura, entre lágrimas regresó al Molino y rogó a David y Félix le devuelvan la carga.
– Señores, ni trabajando el resto de mi vida, podré reponer lo que había en la carga por favor devuélvanme- sollozaba entre lágrimas Santiago..
Pero los autores del robo, ganados por la codicia, le negaron y negaron, tornándose indolentes y sordos al clamor del pobre indio.
Las inocentes lágrimas de Santiago, llegaron hasta el cielo en procura de la justicia divina. Al día siguiente murió el ayudante de una neumonía fulminante, sin haber sacado la alforja con la plata del pozo y como este había sido culpable directo del la desgracia del indiecito, Dios no le permitió entrar al paraíso ni el diablo al infierno y fue arrojado en “alma y cuerpo” de la vida ultraterrenal, es decir se convirtió en condenado, por lo que debía refugiarse entre los montes tomando la forma de un animal con cabeza humana gritando y penando en las noches, siempre la misma frase :David devuelve la plata… David devuelve la plata.
Los pobladores de Izcuchaca fueron testigos de esos gritos lastimeros, hasta que al poco tiempo, Don David dueño del molino, sufrió de una parálisis en sus piernas, por lo que nunca pudo bajar al pozo de agua para sacar el bulto con la plata que habían arrojado y luego de un penoso y largo sufrimiento escuchando por años el clamor del condenado Felix, David también falleció sin dar a conocer a nadie de la existencia de la plata escondida en el pozo y corrió la misma suerte del ayudante, se convirtió en «condenado.
Por esa razón, cuentan los lugareños, que hasta hoy se escucha las voces de ultratumba de Don David y su ayudante Felix, penar por las cercanías del Molino de Izcuchaca, pues según los pobladores sus almas no encuentran paz ni consuelo, hasta que en algún momento, alguien encuentre la plata escondida, solo así sus almas podrían encontrar la paz y su cuerpo fallecer, mientras tanto siguen penando con su lastimera voz : David devuelve la plata… Felix devuelve la plata.
Esta noche al pasar por la carretera casi por la puerta del molino, mientras viajaba en un bus rumbo a Lima, sentí un gran escalofrío y escuché al viento silbar y dar unos alaridos lastimeros, me vino a la mente está leyenda que me contaron mis abuelos, pregunté a mi vecino de viaje si sabía algo de esta leyenda y me dijo que hasta la fecha no se encuentra la plata arrojada al pozo, por lo que los condenados no encuentran aún paz y en las noches aún se escuchan los lamentos dentro de la casona abandonada, me persigno mientras el bus pisa polvo fino que levanta una polvareda que hace más penumbroso esta parte de la carretera, que se llena de un polvo color blanco, mientras el río Mantaro, los eucaliptos y el viento parecen decir:
David devuelve la plata… Felix devuelve la plata.
