4 de Setiembre – Tercer día de la cabalgata
Empezó el movimiento a las cinco de la madrugada, un desayuno de abundante avena y panes ofrecidos por el alcalde Mescua y algunos pobladores, fue más que suficiente para reponer la marcha con energías. Avanzaron por la carretera hacia Ñahuinpuquio mientras el sol aparecía por las montañas. La mañana mostraba el rocío y los riachuelos despedían los cristales acomodados en su orilla, producto de la helada nocturna. Los caballos al caminar, empezaron a sudar y abrigaban con calor el cuerpo, que frente a la aurora fría, despedían un tenue vapor. Cruzaron el serpentín de la carretera después de Ñahuinpuquio, para llegar al último poblado huancavelicano, Imperial. Un poco más adelante, les dejó ver el abra que estaban pronto a coronar.
En este tramo, corrió la voz que ese día, el alcalde Salas cumplía su 47 aniversario de cumpleaños. Sin parar, los caminantes y los cabalgantes aprovechaban de la amplitud de la pampa ascendente para acercarse al conductor de la gesta para saludarlo y desearle felicidades “Pico”. Había confianza en la ruta, confianza en el pueblo del Perú. Huancayo, su destino final, los esperaba con entusiasmo, así lo presentían.
Al llegar a la cumbre se detuvieron, algunos caballos habían perdido herrajes y otros los tenían sueltos. Todos aprovecharon para revisar sus cabalgaduras y sus aperos. Mientras herraban caballos aparecieron dos o tres vehículos con gente amiga que se detenía para darles aliento. De un vehículo que no se pudo identificar, se acercó al alcalde Salas un personaje, cuyo comentario aparentemente amistoso y de colaboración, le dejó entrever que en la entrada a Huancayo se tenía preparado un atentado contra su vida. Una velada amenaza que sugería detener la marcha, con la sugerencia de abandonar las aspiraciones.
El sol empezaba a dejar caer sus rayos sobre el escenario, Martín Gonzáles Taype departía amigablemente con Demetrio Quispe Zúñiga, con Agapito Soto Ayaipoma, con Feliciano Quispe Montes mientras que por otro lado, Teófilo Ccente Asto , Antonio Castellanos Poma Y Emilio Antonio García aprovechaban el momento para una fotografía. En aquel lugar, cercano a la línea divisoria entre los departamentos de Huancavelica y Junín, la geografía de la alta cumbre se extendía como una pampa inclinada, suavemente acariciada por el viento, rodeada de cerros que en su naturaleza, parecen no terminar, como si fueran gigantes ondas.
Reiniciaron el suave descenso por un camino de herradura amplio, pocos metros más debajo de la carretera, cuando divisaron en esta, una ambulancia que se unía a la camioneta de la policía nacional que nunca dejó de estar presente. Un pequeño poblado, kilómetros abajo estrechó el ancho de la quebrada y muchos caminantes se acercaron a la ambulancia para atender sus heridas en la planta de los pies. Estos tenían varias ampollas reventadas y el personal de salud, agotada su medicina de emergencia, ofreció, retornar más adelante con más medicamentos.
A las nueve de la mañana el sol ya estaba fuerte y la quebrada angosta. Los jinetes en su mayoría caminaban jalando sus cabalgaduras para aliviarles el esfuerzo, cuidando caballos para los siguientes tramos. Los eucaliptos y las retamas del camino los envolvían con su aroma y caminaban sobre la carretera en una casi ordenada fila india. Lorenzo Huamán Crispín, Sabino Ramos Huamán de Atalla y otro valiente, de Los Angeles de Ccarahuasa como Félix Fernándes Méndes, superaban el dolor en los pies sin aminorar la marcha del grupo. Todos sentían dolor, que era reemplazado, por un comentario alegre con alguno de los compañeros.
Los primeros poblados de Junín se apostaban a los lados de la carretera para verlos pasar y aplaudirlos, Zacarías Huatarongo Vásquez estaba sonriente, como lo estaba Epifanio Huamán Quispe, ambos del distrito de Acoria. El aliento de los pueblos los alentaba y reconfortaba.
El sol ya los abrazaba con fuerza, la carretera estaba dura como la piedra. Cuando su zigzagueante tramo les ofrecía un espacio sobre la angosta pampa, caballos y caminantes se trasladaban sobre lo que en ese momento, se les ofrecía como una alfombra aliviadora. Entraban al valle del Mantaro, después de una agreste bajada final por las pampas de Huaccrappuqio. Huayucachi, el primer distrito del valle los miraba pasar emocionado.
Pero la distancia plana, la carretera dura, el sol exagerado y la falta de un riachuelo les hacía más difícil la marcha. Lelix Escalante Ludeña y Joel Altamirano se acercaron más al Alcalde Salas. Ellos eran los encargados de su seguridad y no quisieron pasar desapercibida, la velada amenaza recibida. Ellos, cargaban además con esta responsabilidad.
Cuando el esfuerzo, el sudor, las llagas, el cansancio y el silencio, había hecho presa de todos, entonces Dios en su naturaleza les ofreció generoso el río Chanchas. Hasta los caballos sonrieron. Las cristalinas aguas se enturbiaron con el ajetreo de hombres de pura sangre y de caballos conquistadores. Estaban a pocos kilómetros de Huancayo, la ciudad incontrastable. El gran polo de desarrollo del centro del Perú.
Entrarían por el distrito de Chilca, allí según les informaron, una multitud de residentes huancaínos, muchos de origen huancavelicano los esperaban con entusiasmo y así fue. Con el Alcalde de Chilca a la cabeza, Alcides Chamorro, y sus regidores, una multitud alegre y generosa los recibía con flores y gritos de bienvenida en la plaza de los Héroes.
El esfuerzo era premiado generosamente en los discursos, fueron nombrados Embajadores de la Reinvindicación Municipal, declarados, Visitantes Ilustres. La solidaridad del alcalde Chamorro y su pueblo, es algo que los cabalgantes no podrán olvidar. Más allá del recibimiento apoteósico, les ofrecieron cena, atenciones médicas y hasta un obsequio significativo al alcalde Salas por su cumpleaños. Un Quijote de la Mancha y su caballo Rocinante. No estuvo ausente en la cita, el presidente del Club departamental de Huancavelica en Junín, Dr. Fernando Mendoza.
Los caballos fueron trasladados al fundo Chorrillos, generosamente cedido por Luis Calmell, quien ofreció adicionalmente sus instalaciones para el descanso nocturno. Otro generoso apoyo huancaíno a la gesta huancavelicana. Dos pueblos se hermanaban con mayor fortaleza. Dos pueblos que en 1873, vieron correr juntos la sangre de sus hijos, cuando se tuvo que rechazar al invasor chileno. El Perú vibraba en los corazones unidos de los pueblos del interior.
El ingreso a Huancayo despertó a la prensa nacional, el periodismo escrito y radial huancaíno, rebotó la noticia, y gracias al esfuerzo de estos hombres de prensa y locutores, la capital, Lima, empezó a tomar en serio lo que estaba ocurriendo.
Eran las diez y treinta de la noche, el ajetreo del día agotaba a los huancavelicanos y exigía el merecido descanso. El alcalde provincial de Huancayo, Pedro Morales Mansilla, no estuvo al lado del fervor de su pueblo. Para él, no tuvo significado alguno el esfuerzo de los pueblos del interior. En el firmamento se retorcía las melodías del waqrapuku ahuyentando a la amargura. 17 horas y media duró la jornada.