8 de Setiembre – Séptimo día de la Cabalgata
A las cuatro de la madrugada se reinició la marcha, rumbo al destino final de ese día, Chosica. Eduardo Espinoza Capani, Santiago Taipe Ramos, Eusebio Casqui Condor, Alberto Matamoros Enríquez, Melquíades Condori Ramos, Marino Arteaga, Domingo Rojas García, Félix Paytan Breña, Máximo Percca Cuadros, no tenían sueño, como no lo tenían los jinetes de la esperanza. Avanzaban acompañados del silencio de la oscuridad, los cascos de los caballos retumbaban en el eco de la estrecha quebrada sobre el pavimento de la pista asfaltada.
La policía, adelante y atrás, protegiéndolos de los vehículos madrugadores de los choferes, que día a día, trasladan alimentos a la gran capital. Hombres que en forma anónima entregan su trabajo para asegurar el sustento de millones de peruanos. Mientras las ciudades duermen, ellos trabajan. La zona es minera, en las entrañas de esos cerros, en los socavones profundos, otros hombres, los mineros, se encargan de extraer el mineral que luego al ser exportado, alivia el peso de nuestra balanza de pagos. Los cabalgantes lo sabían, ellos estaban reinvindicando el trabajo del hombre andino, del hombre del campo y se sentían acompañados de su energía. Se sentían más peruanos que nunca.
Rosalino Soto Paucar, Marino Olivera, Emilio Taipe Crispín, Rómulo Reza Huamán, Victor Asto Clemente, todos, sentían el dolor en las piernas cuando la bajada exagera el trabajo de los músculos de las piernas. Duele pero más les dolía el olvido y el abandono de algunas autoridades, el recuerdo de sus seres queridos, dejados allá en la lejana y olvidada Huancavelica.
Llegaron a las seis de la madrugada a San Mateo después de pasar por Infiernillo, donde está la maravilla de las obras de ingeniería que se realizaron para tender la vía férrea por inhóspitos lugares. Continuaron sin parar hasta Matucana donde su alcalde Oswaldo Matasana Huaringa los recibió con alimentos a las dos de la tarde. El pueblo de Matucana como todos los poblados de la ruta les alimentó el espíritu.
Se enteraron que el Presidente Fujimori, en un acto ilógico, decidió ese mismo día visitar la ciudad de Huancavelica en un viaje realizado en helicóptero. El pueblo de los cabalgantes respondió airado esta ofensa y rechazó su presencia. ¡Regrese a Lima¡ reciba a nuestras autoridades, fue el grito unánime de la población.
Al inicio de ese día se programó caminar dos horas seguidas para luego descansar diez minutos. No se cumplió. Nadie quería parar. Cada vez que lo hacían se acalambraban las piernas y el dolor para reanudar la marcha era insoportable. Mejor era seguir de largo y así lo hicieron. La mayoría comprendía este efecto en sus cabalgaduras, por ello, en amor a estos nobles animales, no los montaban.
El control de Corcona se cruzó a las siete y veinte de la noche y a las nueve y cuarenta de la noche ingresaban a Chosica, ante una multitud impresionante de pobladores.
El alcalde Luis Bueno Quino previó todos los detalles para agasajar, alimentar y dar descanso a los viajeros de la esperanza. El pueblo de Chosica tributó un cariño que nunca será olvidado. “Pico” arengaba en el centro del jardín “Hemos aprendido a arriesgar nuestras vidas en aras de la justicia y sabremos morir por ella heroicamente, como los verdaderos hombres huancavelicanos ¡Huancavelica Qari!. A las once de la noche, el cansancio hizo presa de los hombres. 17 horas duró la jornada.