Quinto día de la Cabalgata de los Andes 06 de setiembre de 1997

6 de Setiembre – Quinto día de la cabalgata


A las cuatro de la madrugada el alcalde Salas se entrevista con el regidor Miguel Cárdenas. Está todo coordinado, a las nueve de la mañana llegarán dos camiones para los caballos. Reúne entonces a Juan Rojas de la Cruz, Rubén Sánchez y a Martín Gonzáles. Juntos deciden despertar a los demás a las cinco a.m. para proseguir la marcha. Se nombra a don Quintín Riveros al mando de diez hombres seleccionados, para el cuidado y transporte de los caballos en camiones. Los demás aceptan a puro coraje continuar a pié la nueva etapa de 87 kilómetros a La Oroya. Así son los hombres de Huancavelica. Qarikuna !

Después de cruzar el puente Stuart, para ingresar a la quebrada que lleva la carretera hacia La Oroya, la gente está apagada y la madrugada apenas se despide. El ánimo de la gente está decaído, cansado. Al lado del alcalde Salas camina Belisario Meneces, cargando su bandera peruana quien tararea un huayno, el Chachaschay.

Al otro lado camina Juan Rojas con su bandera del tahuantisuyo, quien empieza a tararear el mismo huayno. Sebastián Huamán Aponte y Zacarías Huatarongo, comuneros de pura cepa se contagian del entusiasmo. Se enganchan todos de los brazos y haciendo avances en forma culebreada, cantando, bailan como se baila en las comunidades altas campesinas de su tierra. Los de atrás, se miran entre ellos, expresan una enorme sonrisa y todo el grupo deja los pesares para ponerse a bailar.                       ¡Huancavelica Qari¡ ¡Vamos a Lima !  es el grito que retumba el silencio de la quebrada del Mantaro.

Antes del puente Matachico donde se detuvieron a descansar, un sub oficial de un puesto policial de resguardo a la vía férrea, disparó al aire su arma en señal de júbilo y les alcanzó dos baldes de refresco. En Matachico, Lina Arana, funcionaria de la municipalidad de Huancavelica, se rompió trabajando para servirles el almuerzo. Ella fue junto con otro grupo municipal, quienes les dieron apoyo durante todo ese día.

La ruta era larga, los ánimos mejoraron cuando los camiones con los caballos pasaron de largo rumbo a La Oroya. Las comunidades campesinas asentadas en las cumbres de los cerros, con banderas peruanas y huancavelicanas flameando al viento saludaban el paso de los guerreros de la reinvindicación. La ruta y sus poblados no escapaban al entusiasmo brindándoles refrescos, galletas y coraje.

La noche, cercana otra vez, los estaba por sorprender cuando todavía faltaban unos treinta kilómetros de recorrido. Llegó entonces un micro del distrito de Nuevo Occoro. Era necesario una estrategia. La mitad de la gente continuaría caminando y la otra mitad descansaría dentro del micro. Este los dejaría cinco kilómetros adelante para que continúen la marcha y retornaría por el otro grupo.

Después de recoger al grupo rezagado, se adelantaría cinco kilómetros más, antes de regresar a recoger a los nuevos rezagados. De esta manera, siempre habría un grupo de huancavelicanos caminando en la ruta y no se perdería la jornada. Así recorrieron esos últimos 30 kilómetros.

Llegaron a las puertas de La Oroya alrededor de las nueve de la noche. El Alcalde Teodoro Cárdenas Casachagua, en solemne acto les dio la bienvenida ante el júbilo de este noble pueblo minero y luego se trasladaron al distrito de Santa Rosa de Saco, donde el alcalde Nilo Churampi Ticse, no ocultó junto a su pueblo el entusiasmo por la gesta. Allí recibieron hospedaje, más alimentos y el merecido descanso.

Mientras se preparaban a descansar, el alcalde Salas, con el grupo de apoyo, con el gentil donativo en alimentos y compañía del alcalde Churampi, se fueron a revisar los caballos llevando aguardiente para don Quintín Rivera y su equipo de diez hombres. Para ellos no había concluido la jornada. Don Quintín y su grupo debían pasar la noche a la intemperie, a 3,800 metros sobre el nivel del mar, donde el frío y la helada doblegan al más fuerte, pero no a estos  hombres de acero huancavelicanos.

Eran casi media noche cuando se pegaron los párpados para dormir escasas tres horas. En el firmamento sondeaban las tonadas del waqrapuku. Por sobre el arco iris pasaban los niños descalzos, con las manos alzadas al firmamento. Empezaba a caer las gotas de la vida, del pan, de la poesía de la justicia. Ese día estuvieron 20 horas en la jornada.

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