5 de Setiembre – Cuarto día de la cabalgata
El fundo Chorrillos, se despertó a las cinco de la mañana con el relincho inquieto de los caballos. Ensillados estos, recibieron la despedida con los primeros cantos de los pajarillos. El grupo se dirige a la salida de Huancayo, y toma un agradable desayuno de Mondongo, al puro estilo huancavelicano, ofrecido por el paisano Basilio Espinoza Huamán y la familia Oré, en su grifo Villa Rica de Oropesa. El destino final del día es Jauja, primera capital reconocida por los españoles cuando llegaron al Perú en la época de la conquista.
Hay que cruzar de lado a lado el valle, la ruta es por la carretera central asfaltada, y los pueblos de San Agustín de Cajas, Quillcas, y San Jerónimo no dejan de expresar su entusiasmo.
Unos kilómetros adelante está Concepción, bello distrito turístico del valle del Mantaro, que los recibe con su alcalde Richard Müller Vozeler a la cabeza. Emparedados, refrescos, amistad y generosidad, alivian las primeras horas de la jornada. A la 1 y cincuenta de la tarde se reinicia la jornada. El sol es aplastante.
Sofocante e infernal, el sol brillaba con exagerado esplendor. Sus rayos rebotaban sobre el asfalto afectando a caminantes y caballos. Cada cierto tramo, las aguas de un riachuelo servían para refrescar las herraduras de los animales que sufrían por el calor metalizado de sus herraduras. Las ampollas en los pies se revientan, y cuando lo hacen, da la sensación que se clavan gruesas agujas. El consuelo aprendido en esta jornada les enseña, que superada la sensación de herida abierta, unos minutos más, el dolor desaparece y solo se vuelve a manifestar en los descansos.
En muchos tramos se ve a Juan Rojas de la Cruz como liebre infatigable y así pasan Santa Rosa de Ocopa, Matahuasi, Apata, Miraflores, San Lorenzo, Santa Rosa, hasta llegar a Huamalí alrededor de las cinco de la tarde. El entusiasmo de los pueblos les da la fuerza que a veces parece faltar.
En el descanso de Huamalí, surge la primera gran preocupación. Uno de los caballos está arrojando sangre por la nariz. El esfuerzo fue demasiado para este noble animal. El Alcalde Salas, evalúa y toma la decisión: el caballo “patrullero” de Jaime Bendezú, no debe proseguir y se le deja a un vecino para su cuidado. Inmediatamente después empiezan a aparecer las primeras sombras de la tarde y todavía falta mucho para llegar a Jauja.
Cuando ingrese la noche, deberán viajar en perfecta fila india, tomando en cuenta que es una vía asfaltada de alta velocidad. Se coordina con la atenta policía nacional para que un vehículo marche adelante y otro atrás, protegiendo la Cabalgata de los Andes. Después de Ataura, ya es de noche, cruzan un puente en una ensenada y al remontarla las luces de Jauja a la distancia les alegra el corazón.
Pero Jauja, parece nunca llegar, están agotados, más avanzan y más lejos sienten a su destino final del día. Duelen las piernas, hay mal humor, agotamiento. Estos valientes hombres están al borde de un colapso. Al lado derecho se observa levemente en la noche, la pista del aeropuerto de Jauja. Una pista que parece nunca terminar. El silencio solo es alterado por el ruido de uno que otro auto o camión que transita la carretera, cuyas luces cuando viene en sentido contrario, hieren las pupilas de los ojos
Avanzan por inercia, las risas y los comentarios han desaparecido, la noche en contraste con el largo día, es fría, indiferente, ajena al ejercicio maratónico de hombres y caballos. Todos se preguntan si vale la pena hacer tamaño sacrificio. Cuando algunos estaban por dudar, una banda del ejército rompe la quietud de la noche y despierta los alicaídos pensamientos del grupo. Jauja está de fiesta por la llegada de los héroes de los Andes.
El alcalde provincial de Tayacaja, Amador Chamorro, se les ha vuelto a unir con un camión repleto de forraje para los caballos. La ciudad, su gente, las luces, la alegría, les piden un último esfuerzo y los hombres del campo, valientes, no rechazan la cita, vuelven los bríos y a los gritos de Viva Huancavelica, vamos a Lima ! llegan a la plaza principal. Recibidos por los regidores, son alimentados en la municipalidad y el cuartel del ejército, ofrece hospedaje para los caballos.
Son las once de la noche, el grupo de pocos alcaldes distritales que participan en la marcha sostiene una reunión aconsejada por varios de los caminantes y cabalgantes. Deben acercarse al alcalde Salas para manifestarle que deberán quedarse todo el día siguiente en Jauja, a fin de reponer fuerzas y dar descanso a los caballos. Así lo hacen. El cansancio de la larga jornada parece vencer las fuerzas de lo planeado.
El alcalde Salas Guevara los escucha con atención, invoca la fortaleza huancavelicana, explica que interrumpir la marcha puede generar un desaliento mayor y producir alguna deserción. Pero el cansancio puede más, los hombres pueden seguir, pero los caballos no. Es la respuesta y tienen razón.
El regidor Cárdenas, jefe del grupo de apoyo recibe una misión. Conseguir dos camiones para trasladar a los caballos hasta La Oroya. Se retiran los demás a dormir, son las once y treinta de la noche. Los caballos alados de fuego, se alzaban por las cordilleras cubiertas de nieve. Estaban cerca a la estrella del norte y del sur.
POLICARPIO VARGAS SILVESTRE, tenía 35 años, casado con 6 hijos cuando la comunidad de Ambato lo eligió por votación. Encima de un caballo prestado, “Pucatoro”, llegó a Lima con la energía de los hombres sacrificados del campo. Rechazó los argumentos de que la cabalgata estaba politizada argumentada por ciertos sectores de gobierno para que decline. Recuerda que en Jauja, donde originalmente fueron acogidos por el cuartel del ejército, llegó un ultimátum de Lima para que lo desalojaran a las tres de la madrugada. Estaba él encargado de la custodia de los animales junto con otros tres y al abrir la puerta trasera del cuartel, mientras arreaban caballos y cargaban monturas, los animales se desbandaron por doquier. A pesar del cansancio que significó llegar a Jauja, un líder como lo es, no se amilanó y resistió el cansancio con la sola idea de lograr las mejoras para su pueblo.
18 horas y media duró la jornada.