LA CACERIA DEL ZORRO (de la vida real)
En mi infancia y adolescencia cabalgué por la naturaleza, entre quebradas profundizadas por un rio, con la brisa del aire serrano acariciándome la cara, escuchando el silencioso viento que peinaba los ichus de los Andes. Aprendí desde niño que solo se casa un animal, si lo vas a comer y no por deporte. Así, disfruté de una perdiz o de una vizcachita y no me quedé sin unos tallarines con Kukulí. Aprendí que el Zorro hace honor a su nombre y me preocupaba su existencia porque cazaba a los corderitos que nacían en las puntas de ganado lanar, de ahí, que él importunaba mi existencia. Había que cazarlo. Cabalgaba un día por la falda extensa de la quebrada de Ccarhuacc pampa, cuando divisé a unos doscientos metros al borde del rio, más abajo, a mi ocasional enemigo. Nunca supe si ya él me había visto primero, pero en ese momento atiné a sacar mi carabina de calibre 22 con el propósito de dispararle, momento que aprovechó para arrancar por el borde del rio, una carrera. Guardé el arma inmediatamente en el estuche de la montura y espoleando a mi yegua que se llamaba “Simpática”, corrí en la misma dirección en paralelo. Mi presa de repente paró en seco y se agachó. Quise aprovechar mejor esta segunda oportunidad, me bajé presuroso de la yegua, saqué la carabina y…. arrancó de nuevo la carrera. Está vez, un poco más complicado tuve que subirme al caballo con el arma en mano a perseguirlo de nuevo. Unos doscientos metros más adelante, la quebrada ya no era tan estrecha y el cerro de enfrente ( Mossoccancha) parecía más una falda que un escarpado.
Se volvió a parar detrás de una piedra, solo dejaba ver sus orejitas y yo agitado ya, volví a bajarme de la yegua con las mismas primigenias intenciones. Había que cazarlo. Medio que tropecé al tocar piso y cuando buscaba una buena posición para apuntarle, el muy zorro volvió a correr como alma que lleva el diablo, me sacó mayor distancia esta vez y cruzó al otro lado del rio. ¡Allí lo agarro! pensé incauto, ya me temblaba el pulso por el ajetreo, puse la línea de mira cuando corría hacia arriba del cerro vecino y disparé, justo cuando él hacía un zigzag en su correr. Cargué mi carabina de repetición y el zorro, ya zigzagueaba para el otro lado a una velocidad tal que no me dio tiempo a ubicarlo en la mira. La astucia del animal le salvó la vida y yo me senté en la verde grama, medité sobre lo acontecido y sonreí al descubrir que ese zorro había estado siempre en control de la situación. Su fama se la tiene bien ganada y la naturaleza nunca deja de enseñarnos algo, si la queremos tan solo mirar.
